
Viajar no fue el sueño de toda nuestra vida que veníamos anhelando y planeando hace años, sino que se fue dando y fue naciendo en nosotros a medida que viajábamos y experimentábamos. Cuanto más viajábamos más libres nos sentíamos y más ganas de conocer nuevos lugares, culturas y personas nos generaba. Pero si bien tanto Australia como Asia fueron piezas claves en este proceso, creo que fue durante el viaje en van por la costa este Australiana, cuando realmente hicimos el clic.

La incertidumbre de no saber dónde dormiríamos esa noche ni donde nos despertaríamos al día siguiente; con quién nos íbamos a encontrar en el camino, o que experiencia íbamos a vivir a la vuelta de la esquina; las charlas eternas y los cientos de mates, la música y la ruta infinita abriéndose delante de nuestros ojos; las noches cocinando bajo las estrellas, las duchas frías en las estaciones de servicio o en la playa; las charlas con desconocidos, la austeridad con la que estábamos aprendiendo a vivir, la des-conexión, la conexión, la paz que se siente al saber que estás en el lugar correcto, donde tenes que estar, donde QUERES estar y con quién querés estar.

Fue una de esas noches que le plantee a Marcos que todo eso me hacía muy feliz, que necesitaba que exploremos más esta nueva sensación, este nuevo sentimiento, y que una vez finalizada nuestra aventura por Australia y Asia quería volver a viajar sobre ruedas, pero esta vez por América y en bus. Marcos que venía sintiendo también esta revolución interna me dijo que sí. Ya estaba la idea, solo había que ponerla en marcha, pero primero a vivir de lleno esa experiencia en la que estábamos embarcados, primero a vivir el hoy.